La piñata desde un enfoque existencial. ¿Romper o no romper?

¿Cómo los niños chiquitos y más grandes perciben el rompimiento de la piñata? ¿A poco a nadie se le hace feo destruir un objeto tan bonito?

Estas preguntas han surgido a través de mi experiencia personal de una europea radicada en México. A la primera vista podría parecer que a cualquiera se le hace muy divertido destrozar piñatas. ¿O no? Mi hija, la que está creciendo en México, pero con una considerable influencia checa, fue la persona que me hizo notar ciertos “peros”. La niña está en medio de dos mundos y como tal suele ser toda una fuente de reflexiones sorprendentes. A partir de ahí me puse a investigar y descubrí que también entre los niños mexicanos, la piñata es un objeto polémico.

Piñata, ¿objeto de existencia temporal o duradera?

Dos circunstancias me motivaron a reflexionar sobre las posibles sensaciones que nos puede generar el rompimiento de la piñata. El primer momento se presentó durante una de mis estancias iniciales en México, cuando compré una hermosísima piñata, pero al final la usé como adorno, ya que no fui capaz de cederla a mis invitados sanguinarios que la querían despedazar. El segundo momento clave llegó años después, cuando ya me había acostumbrado a destruir piñatas y le conseguí una también a mi hija en el festejo de su segundo cumpleaños. Y entonces pasó lo siguiente (vamos a ver el proceso año por año):

Cumpleaños 2. Cuando llegó el momento de darle a la piñata, la pobre niña se abrazó a ella y, lloriqueando, la defendió con su propio cuerpo.

No había manera de convencerla que le hiciera daño deliberadamente. Lo curioso es que ni siquiera fue una piñata antropo o zoomorfa como muchas piñatas modernas. Dicho de otro modo, no se trataba de hacer pedazos un tierno unicornio o darle una… paliza a la princesa, sino aniquilar un objeto redondo neutral con picos. Ni así se pudo. ¡Es que las piñatas se ven taaaan bonitas!

Cumpleaños 3 y 4. A sus 3 y 4 años, mi hija de nuevo estuvo expuesta a la aniquilación de piñatas en sus fiestas de cumpleaños. En esas ocasiones conseguimos princesas de Disney. Sí se efectuó el rompimiento y la niña participó, pero en ambos casos se apoderó de algunos trozos (la cabeza y la mano arrancada de la princesa), y los guardó en su recámara.

Cumpleaños 5. Cuando mi hija cumplió 5 años, se dio un giro en cuanto al contexto. La niña festejó su cumpleaños no en México sino en la República Checa. Decidí hacerle una fiesta con elementos mexicanos y para tal fin elaboré una piñata casera de picos. Cabe añadir que tardé una semana entera en reunir el material necesario y llevar a cabo la fabricación del objeto meta. En México habría comprado una piñata en una verdulería, en un supermercado o una tienda especializada en fiestas. (A propósito, durante años no había entendido por qué las piñatas se venden en las verdulerías, hasta que hoy por fin me explicaron).

En cambio, en Chequia me enfrenté a muchos problemas empezando por el hecho de que las papelerías checas no contemplan que sus clientes puedan querer hacer piñatas caseras y, por ende, no están debidamente surtidas.

Mi obra maestra: piñata casera a duras penas elaborada en Chequia.

Pero regresemos a nuestra fiesta checo-mexicana. Cabe explicar que la piñata puede ser todo un tema cultural en México, en cambio, en Chequia no estamos muy enterados de tales asuntos. Para nosotros los checos, la piñata representa un objeto exótico que solo algunos sabemos conectar vagamente con México y que prácticamente nadie sabe emplear (o sea, romper) correctamente.

Piñatas en venta en una tienda checa. Lo curioso es que este diseño tradicional ya casi no se usa en el México de hoy.

Por lo mismo, el día del festejo, ninguno de los invitados, ni adultos ni niños, tenía idea de lo que se hace con una piñata, así que se les explicó y… ¡acción! Mientras que las niñas se veían un poco retraídas, los niños, en cambio, empezaron a descubrir sus genes guerreros. También los adultos se entregaron enteramente a la destrucción. Al final, el mayor problema fue mi abuelita, la que declaró que algo tan laborioso y exótico como piñata se debía proteger a toda costa e incluso ser conservado para las generaciones venideras.

En cuanto a mi hija, ésta aún quedó un poco indecisa frente a la piñata. Le gustó, vio que su mamá había batallado por días elaborándola y sabía que en Chequia no volvería a encontrar ninguna. Pero, a pesar de ello, participó activamente en su destrucción, aunque al final quedó un poco triste y guardó de recuerdo uno de los picos maltratados.

Entonces, ¿se puede decir que mi hija ha evolucionado de una protegepiñatas a una rompepiñatas? ¿Y les sucederá lo mismo a los niños mexicanos?

 

Piñata como simple diversión o dilema moral. Puntos de vista mexicanos

Para mí, la mejor manera de entender un fenómeno mexicano “raro” es ir preguntando a la gente y luego comparar sus respuestas. A modo de muestra de la población joven centromexicana alrededor de 30 años de edad vamos a tomar a mis amigos Noemí Flores y Justo Mejía. Cada uno de ellos tiene opiniones y experiencias únicas. Noemí sostiene una aproximación más bien sensible y reflexiva, en cambio, Justo es un destructor apasionado y experimentado. “Yo siempre he sido muy entusiasta y muy bueno al romper la piñata,” presume Justo. “Me quebré como unas cincuenta, si no me quedo corto.”

Tanto Noemí como Justo primero explican que cuando eran pequeños, las piñatas no eran tan frecuentes en los festejos. “Hace unos veinte años, las piñatas eran casi para la clase privilegiada,” dice Noemí. “No estaban en cada fiesta de cumpleaños como ahora, era más frecuente encontrarse con ellas en una posada. Y las que había eran las tradicionales en forma de estrella. Figuras casi no había, por mucho la cabeza de un payaso.”

Justo añade cómo ha ido cambiando la costumbre desde su niñez. “En esos días, la piñata estaba hecha de tepalcate que es una olla de barro untada con el engrudo y adornada con el papel crepe,” recuerda Justo. “Antes era de cinco picos, hoy cambió el concepto. Algunas mamás le hacían más justicia a la tradición y decían que representaban los cinco picos del mal y que se tenían que romper y eliminar en la navidad. Y como recompensa tenías la fruta. Esto también ha cambiado: lo que antes ganábamos los niños era pura fruta mayugada y los dulces de colación que a nadie le gustan porque son malísimos. En cambio, hoy las piñatas se llenan con puros dulces.”

Y ahora sí, las preguntas clave: ¿por qué algunos niños se rehúsan a romper la piñata? ¿Tendrán miedo? ¿No entenderán el concepto? ¿Todos los niños reaccionan igual o es una cuestión de edad, experiencia y personalidad?

Justo dice nunca haber tenido instintos protectores hacia las piñatas. “Yo siempre las rompía con muchas ganas con mis primos,” afirma. Pero sí se sabe imaginar por qué a algunos pequeños les podría dar hasta miedo: “Antes, al romperse la piñata, salían los trozos de tepalcate, era peligroso. Muchos se lastimaban y salían llorando. Las mamás los sobreprotegían, muchas no querían que pasaran a romper.”

Noemí agrega que en cada festejo hay niños de ambos tipos, los atrevidos y los miedosos: “Unos son los que están bien alborotados por romper la piñata y la pegan con todas sus fuerzas. Me ha tocado ver cómo los niños se alborotan, se empujan y se pelean por sus dulces. En su mayoría son niños mayores a 5 años. Y los que más se asustan y lloran son los menores de edad. Pero no sé si es exactamente por pegar a la piñata o más bien por la reacción de la gente que a veces se porta muy cruel, les gritan la típica canción de que “ese niño es muy tonto” o se ríen todos.”

Por último, Justo concluye que el dilema si pegarle a la piñata o no se ha agudizado recientemente con los nuevos diseños comerciales. “Ahora ya no se usan tanto las piñatas de picos sino los personajes de las caricaturas, de Disney, que los niños más piden hoy. Pero esto hace que muchos niños se sientan culpables porque sienten que están pegando a su personaje favorito.”

 

Evolución de una rompepiñatas. Reflexión de una checomexicana de 6 años

En la ocasión del sexto cumpleaños de mi hija, una semana antes de la compra de la piñata, tuve la siguiente conversación con ella:

Yo: ¿Te gusta romper la piñata?

Mi hija: Sí. En mi cumpleaños traté de darle lo más fuerte, pero el palo era tan pesado que me golpeaba a mí misma (risa).

Yo: Oye, ¿pero no te da lástima romper la piñata?

Mi hija (tono empático): Sí, pobrecita. ¡Pero es que dentro hay dulces!

Yo: Te voy a contar. Cuando cumpliste dos años, no querías romper tu piñata, la abrazaste y la protegiste. ¿Por qué, te acuerdas?

Mi hija (risa): ¡Es que era tan hermosa! Yo era bebé y no sabía que se rompía. No sabía que ahí había dulces.

Yo: Si te regalara una piñata de Elsa de Frozen, ¿la romperías?

Mi hija (tono despreocupado): ¡Sí! No importa si no es de verdad. ¿Recuerdas que agarré la mano de la princesa Sofía en mi fiesta y ahí metí mis dulces?

¿Y ustedes? ¿No quisieran participar con su experiencia en nuestra muestra?

6 Replies to “La piñata desde un enfoque existencial. ¿Romper o no romper?”

  1. Es sumamente interesante el intercambio cultural que se presenta en comunidades diferentes. Hay mil ejemplos, pero este es magnífico. Al final tenemos la oportunidad (cuando tenemos dos opciones) de inclinarnos por alguna de ellas y adoptarla como propia. La cultura es un conjunto de costumbres, tradiciones y sucesos que se van heredando de generación en generación, aún así la cultura no es fija, puede ser moldeable y adaptable. Gran discusión.

    1. Me gustó mucho el artículo y efectivamente muchas cosas han cambiado respecto a las piñatas, recuerdo que en mi infancia no rompí ninguna hasta que cumplí nueve años.
      Creo que era más grande la emoción de romper la piñata que protegerla y más cuando se trataba de las famosas “piñatas de harina” las cuales además de harina también contenían dinero en su interior.

  2. En mi infancia cuando yo era el festejado defendía mi piñata a capa y espada, pues era “mi piñata”, pero al igual yo deseaba el premio dentro de esta y cada vez que un pico o un brazo salia volando, quería ser el primero en tenerlo y cuando no era mi fiesta, me ponía en el modo mas intenso para romperla, pues si lo lograba, donde estaba yo caería todo el premio, luego entonces tendría mas botín. Los niños que eran mas tímidos golpeaban con inseguridad y la mayoría de las veces su recompensa era muy escasa, solo tenían la que mamá o papá juntaron, más una pequeña parte de el.
    Pero aun así el sentido de pertenencia y ambición están muy claros en esta actividad, entre el sentimiento de esfuerzo y satisfacción por el botín ganado (por que este ya no se comparte, para el niño es suyo y le costó), así como la ambición de tener más premio llegando a quitar dulces en la confusión de la colecta (claro mientras esto sucedía, también te quitan dulces).

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